Villabroma la de arriba
Villabroma en los mapas figuraba como un pueblo, aunque muchos no lo consideraban más que un caserío. Tenía 1100 habitantes y dos de afuera. Casi todos eran parientes. Los de afuera un día llegaron, como en realidad se arreglaban con poco ya que vivían en la calle, les gusto y decidieron quedarse. La gente se acostumbro tanto a ellos, que formaban parte del paisaje.
Los acontecimientos importantes causaban el consabido revuelo en Villabroma. La boda de Mary y José no iba a ser lo contrario, aunque no dependiera de ellos.
Después de casi 13 años de noviazgo al final decidieron llegar al altar. Debido al tiempo pasado, deseaban una boda tranquila, en la intimidad. Con lo que el destino les tenia preparado, otra cosa seria y ni ellos se lo imaginaban, eso si con la ayuda de los de afuera y algo más.
Cuando lo decidieron era tres meses antes de la vendimia. El pueblo entero vivía del vino. Se jactaban de tener unos de los mejores de la comarca. Toda fiesta terminaba con las cogorzas del siglo.
Aprovecharon estas fechas, para celebrar la boda. Como la gente estaría dedicada a la vendimia, la deseada intimidad estaría garantizada. Los preparativos comenzaron, eligiendo la iglesia que no sería otra que la ermita del santo como correspondía. Después de ponerse de acuerdo con el cura, en día y hora. José se dedico a llevar los datos a la imprenta del tío Pepe, como lo llamaban. Este llevaba más de 40 años con su trabajo. Relazándolo casi artesanalmente, le daba un toque de sofisticación, eso sí, era medio despistado.
Encargo 100 invitaciones en papel blanco y con letras negras. Algo sencillo, sin ostentación.
El pensaba que todo aquello estaba de más. Las grandes celebraciones no le gustaban. Hubiera preferido pasar por el Juzgado, con la ropa de todos los días, estampar su firma con un sí ante el Juez y listo. Pero sabía que Mary lo anhelaba. Había esperado muchos años. Primero la mili, después los estudios, y después no sabia muy bien que, pero también ese después se había llevado otros 4 años, hasta que decidió pedirle que se casara con él. Por todo eso se lo merecía, no sería él quien se lo arruinara, después de todo sería la madre de sus hijos.
Se dividieron los encargos entre los dos. A él le toco el convite y las invitaciones. A ella lo demás.
Los abuelos de Jose vivían en una casa grandes, cien invitados cabrían sin problema, pensó. Luego de la imprenta se dirigió a hablar con ellos y proponerles festejarlo en el jardín. Por esas fechas estaría terminando el verano, y la abuela lo tendría lleno de flores y verdor. Se pasaba todo el año cuidándolo, cuando llegaba el calor daba gusto sentarse en la hierba al atardecer a tomar limonada y admirar el paisaje. Creía que no existía sitio mejor que el jardín de los abuelos para la boda.
Los ancianos no se pudieron negar a las sugerencias de su nieto mayor. Como lo harían, si no solo era su preferido, luego de pensar muchos años que no estarían ya aquí cuando se casaran, sentían una emoción enorme ante el acontecimiento tan cercano.
Jose, tenía todo casi resuelto, le faltaba el convite, y para eso se dirigió a ver a su tía Pepi. Era la hermana soltera de su madre, una experta cocinera, sabía que se ocuparía de todo con la mayor precisión desentendiéndose él totalmente del tema.
Su semana terminó. No paró ni un minuto. Su cuerpo lo sentía, se propuso relajarse. Para él que mejor que irse a pescar. El lunes sería otra cosa- pensó, cogió sus bártulos y desapareció por dos días.
La vida en el pueblo transcurría con la normalidad habitual, menos para Jose y Mary. En especial para Jose, que sus sentimientos crecían, cambiando del agobio a la felicidad con los días que transcurrían.
Tío Pepe, le dio una fecha para buscar las invitaciones y ese día a primera hora estuvo ahí. Primer problema, el despiste del tío Pepe se presento. En vez de 100 invitaciones hizo 1100. Jose pensó que haría, le sobrarían un montón y saldrían carísimas. Pero como siempre, Tío Pepe no lo vio así, le dio las cien que necesitaba y las otras se las quedo. Más tarde, las metió en la basura, pero como eran muchas no las rompió pues estaba apurado por cerrar, pues llegaba tarde a ver el fútbol. El reciclaba el papel, y estas fueron a para a un contenedor fuera de la imprenta para esos menesteres.
En ese momento, pasaba un tal Rodrigo, el bromista del pueblo. Era un tipo simpático, que se jactaba de que sus bodegas eran las mejores del pueblo. En eso quizás tenía razón pues era reconocido en todo el país. Pero gozaba haciendo bromas a todos los que podía.
Se asomo al contenedor. Al observarlo y ver lo que había se le encendió la cara de satisfacción al venirle un flash mental de lo que podía hacer con ellas.
Ni lerdo ni perezoso, las cogió sin no fijarse antes si estaba solo, llevándoselas a su casa para trazar el plan de lo que consideraba la broma de su vida.
Ya en casa, las contó, y eran mil. Para llevar a cabo lo que pretendía tendría que trazar un buen plan. Para no despertar sospechas necesitaba un cómplice que pasara inadvertido. Le dio muchas vueltas al asunto, hasta que pensó en los de afuera. No existía nadie mejor, como siempre estaban tirados en un banco de la plaza, durmiendo la mona, la gente ya ni se fijaban en ellos, eran como muebles dentro del recinto, y por unas pesetas para vino harían lo que fuera.
Cuando llego la noche, salió en su búsqueda, se llevo una botella de tinto para terminar de convencerlos por si ponían pegas. Le costo bastante, pero en cuanto descorchó el tintorro, ya no hubo más resistencia y accedieron por un módico honorario, una caja de su mejor tinto. A Rodrigo le pareció justo y accedió. Sellaron el trato con un brindis los tres. Y para los de afuera esto era como un pacto de sangre, irrompible. Quizás nunca en su vida tendrían otra oportunidad como esta de tomarse seis botellas de unos de los mejores vinos del país. A su vez, Rodrigo, cuando regresaba a su casa, se relamía de pensar lo que se iba a montar.
Los de afuera, conocían a casi todos en el pueblo, y podían deducir a quien no dejarle invitación pues los novios las habrían enviado, lo máximo que podría pasar era que alguien recibiera dos, y en ese caso pensarían que habría sido un error.
Al amparo de la oscuridad de las siguientes noches se dedicaron con ahincó a repartir por los buzones las invitaciones con todas las prisas que 6 botellas de vino fino podían alentar.
Luego de que varias veces casi los pillaran, terminaron con todas y se presentaron en la casa de Rodrigo a informarle de la tarea concluida y cobrar sus honorarios. Con ellas se fueron a su banco de la plaza, volviendo a ser dos muebles en el recinto pues la mona duraría varios días.
Si bien Rodrigo no podía contar a nadie lo que había hecho, su satisfacción iba en aumento. Pero si el pueblo se enteraba ésta no se la perdonarían. En su foro interno le bastaba con saberlo él solo, tenia que sentarse y esperar que los acontecimientos se desarrollaran solos, ya había puesto su granito de arena en el destino, ahora solo a observar y divertirse de lo lindo.
Los días calurosos del verano transcurrían serenamente hasta que llego la vendimia y con ella la boda.
Los distintos vecinos se pusieron de acuerdo con el alcalde de que ante la amabilidad de la pareja de querer compartir su día señalado con todos, cosa que nunca antes había ocurrido, adelantarían los festejes de la fiesta de fin de la vendimia para que coincidiera con la fecha de la boda, en honor a los novios, y así podrían festejarlo por todo lo alto.
Jose y Mary, no estaban al tanto de nada, pues en un pleno del Ayuntamiento, se llego al acuerdo de guardar silencio para darles una sorpresa, eso sí, solo irían al convite porque en la ermita no entraban todos, eso era algo muy familiar. Que detalle, pensó Rodrigo que no se perdía ni una de la reuniones que se realizaron a los efectos la comisión de fiestas que formó el alcalde.
La semana antes del día señalado, los novios recibieron montones de regalos y felicitaciones alucinando a colores. Pensaban que amable la gente del pueblo. Seguramente los querían mucho, porque aunque no los habían invitado, tenían una atención con ellos. En el fondo comenzaron a sentirse culpables de no haberlos hecho con más gente, pero no podían si querían mantener las cosas en la más estricta intimidad.
Tía Pepi, se dedico los últimos días al convite. Lo único que dejo para el final fue la tarta. Para sorpresa, el señor alcalde, se presento una tarde en su casa y le comunico que en honor a la parejita, el Ayuntamiento la encargaría a una pastelería de la capital especializada en ello.
Cuando se lo contó a José, esto fue demasiado para él, y comenzó a sospechar que algo sucedía, pero su tía le dijo que no se preocupara, que en el pueblo después de tantos años de espera se ponían contentos con su boda, y como los querían a todos en su familia mucho, era una manera de compartir con ellos sus felicidad. Las explicaciones no le convencieron mucho, pero se quedo más tranquilo, bastante tenía con los nervios al acercarse el día señalado. Quizás tuviera razón.
El pueblo comenzó con los preparativos para la fiesta, se engalanaron balcones con mantones, guirnaldas de flores, banderas de colores. La Vendimia era la fiesta más importante y si le sumaban lo que algunos ya llamaban la boda del año, los preparativos se hicieron con más dedicación que lo normal.
Jose según se acercaba el momento estaba más nervioso, que le habría podido pasar el mayor de sus deseos por su cara que le daría lo mismo, no se enteraría de nada.
Y el día llego. Todo estaba listo. La fiesta de la vendimia comenzaba a la mañana y la boda era a la tarde.,
Diario de un viaje soñado (parte 1)
Había empleado muchas horas en ver las cartas, estudiando el rumbo a tomar. Todo estaba preparado con mimo y dedicación. Habían sido muchos años, pensando en hacer esto. El momento había llegado.
Lo primero había sido buscar el barco. Debía ser especial. En su memoria se quedó grabada una goleta de dos palos llamada Santa Ana, en la cual y por casualidad navegó hacia más de 20 años invitada por un alemán en Nassau. El amor a primera vista surgió apenas la vio, y supo que si alguna vez navegaba por los mares del sur, lo haría en una igual.
Ese viaje por las islas alrededor de Nueva Providencia fue excepcional, nunca en las sucesivas escapadas había sentido y disfrutado tanto con esos días en el mar, con el sol, buceando los mares cristalinos. Supo muy bien en esos instantes, que con el tiempo armaría un viaje a las islas de los mares del sur con su propio barco. Hay comenzó su sueño.
Empleo varios años en buscar una goleta parecida. Fue difícil, ya no se construían barcos así. La encontró en el puerto de Corralejo antes de subir al ferry que le llevaría a Lanzarote.
EL sol del atardecer, rojizo, se reflejaba en ese barco. Sintió, que de vuelta se encontraba con la Santa Ana. El corazón le dio un vuelco, y mientras el ferry se alejaba veía como su sueño se haría realidad. Necesitaba arreglos, pero no importaba, todo era cuestión de tiempo.
Tardaron más de dos años en ponerla a punto. La dejo fondeada en Corralejos, era un excelente motivo para escaparse de vez en cuando desde la península a Fuerteventura él tener que ir a ver como iba la restauración. Eso le servía para poder pasar unos días en su playa preferida en la isla, al sur de los Molinos. Solía quedarse en esa playa muchas horas mirando el mar y planificando con su cuaderno de papel reciclado por donde iría.
Cuando ya faltaba poco para terminar con los arreglos, alguien le pregunto que nombre le pondría. En eso no había pensado. El que tenia en la actualidad no le gustaba. No traía buena suerte según los navegantes cambiarle el nombre a los barcos, pero ella había leído en un viejo libro la costumbre de una tribu de las islas Salomon, que los dueños de las barcazas ponían los nombres de espíritus que les protegieran, sin problema de cambiarlos muchas veces. Así que como su rumbo era al sur, se aferro a esa costumbre. Pero que nombre le pondría. No tenia ni idea.
Le dio muchas vueltas, hasta que una tarde en San Juan de Luz en el sur de Francia, contemplando el atardecer a ver si veía el rayo verde, cosa que hacia siempre que iba por trabajo a Biarritz, y sin saber muy bien porque le vino a la cabeza un nombre, señora de la claridad. Era muy largo para un barco, así que le tradujo al ingles y quedo LadyShine.
Ya tenia nombre, ahora solo esperaría el bautizo.
EL momento se acercaba, tenia que decidir si lo haría sola o acompañada. No era fácil la decisión, Que otro loca o loco le querría acompañar en la aventura?
EL plan era primero, tirar para las islas de Cabo Verde en el África Occidental como primera parada antes de cruzar el océano Atlántico hasta la Martinica Francesa. Una vez ahí, y habiendo descansado unos días del cruce, rodear América del Sur, pasando por la costa de Venezuela, Guyana, Surinam y la Guyana Francesa hasta el norte del Brasil. Sabía donde recalar en Brasil, en una aldea perdida a 100 Km de Belén, llamada Joricoada. Aldea de pescadores, de difícil acceso por tierra, pero abierta al mar. Perdida en el tiempo. Las dunas y la falta de los llamados adelantos del mundo occidental, la hacían fascinante. Había escuchado muchas historias de ella, sobre como las dunas de arena en forma de luna se perdían fundiéndose con el mar por la orilla, y como en las noches de luna llena el brillo de esta hacia que todo pareciera de color plata. Tenia la intención de recalar unos días por ahí, para luego seguir por la costa de Brasil hacia el sur. Fortaleza, Cabo Frío, Natal, Recife hasta Salvador de Bahía. En Salvador quería recorrer sus calles, hasta la iglesia del Señor del Bonfin. Los brasileños creían que era un buen protector de los navegantes, y lo que se les vendría luego más al sur necesitaba protección, mejor era que pasara a invocar un poco de misticismo santo.
Seguiría por la costa hacia el sur, Río, Para Ti, Florianópolis, la isla de Santa Catalina. Ya había estado por ahí, en la playa de Joaquina, 17 Km. de playa virgen en forma de herradura. Sería bonito volver a visitarla desde el mar, así que la incluyo en el plan.
Seguiría hasta Punta del Este, un buen lugar para recalar, sobre todo en enero. Conocía el puerto y tenia todo lo necesario para repostar y descansar, viendo a viejos conocidos de la infancia.
La siguiente parada había pensado en Mar del Plata siguiendo siempre a la Cruz del sur, para saltar después a Bahía Blanca hasta llegar a la Península de Valdés para navegar junto a las Ballenas. De ahí hacia Rawson, Río Gallegos hasta Ushuaia. Desde este punto, lo que seguiría seria el azote de los navegantes. El Cabo de Hornos. Debía cruzarle para poder llegar al Océano Pacífico y de ahí a Bora Bora, las Fitji y todas las islas que quería conocer.
Quién podría estar tan pirado como para subirse a un barco con una desconocida, que posiblemente salía de lo normal de la gente, digamos algo excéntrica, para enfilar para el sur?
Una buena pregunta, si señor.
continuará…
Reflexión sobre emigrar
Sentir dolor emocional hace que nos hundamos en un interminable devenir. Quizá si pudiéramos conocer los orígenes del mismo sabríamos como poner remedio para que no duela tanto. La soledad, el aislamiento personal o el impuesto hace que perdamos la visión clara del futuro
Las decisiones importantes de nuestra vida también producen, a veces, esa sensación pero son inevitables de afrontar. Un día se presento en mi camino algo así. Buscar mi futuro fuera de mi país, de la tierra en que nací y crecí, la que me educó, me dio felicidad y tristezas, sonrisas, lágrimas.
No fue una decisión fácil, pero la tuve que asumir. Luego de muchos años de la partida esa sensación de dolor sigue ahí. Son muchos y diversos los motivos que precipitaron los hechos. Quizá si preguntara a las personas en mi misma situación encontraríamos puntos en común, otros muchos no. Aunque estoy convencida que la constante sería ese sentimiento de perdida, de dolor que uno lleva dentro.
A veces es solo una molestia, en otro momento es como tener clavado algo que traspasa todo y que en menor o mayor medida nunca superaremos. Nunca, aunque a veces duela menos al sonreír con algo o con alguien. Uno tiene sus costumbres, su cultura, su modo de vida, en definitiva su ganada estabilidad. De repente sin proponérselo quizás realmente y por mil razones posibles deja esa creída seguridad, mete todo lo que considera importante y llevarle en una maleta, embarcándose con su poco equipaje físico, pero enorme emocional, en la oportunidad que toca a su puerta de una nueva vida, sin pensar muy bien lo que hace, más bien guiado por el corazón. Esto plantea dos posibilidades al encarar esa nueva etapa.
Trasladar nuestro entorno original, implantándolo sin tener en cuenta que el ambiente que ahora nos rodea es distinto, llegándose inmediatamente a la falta de integración, en definitiva a la sensación de desarraigo. En Galicia utilizan la palabra morriña, en Brasil saudades pero al final es lo mismo, la añoranza por lo que no se tiene cerca, por lo que se dejo en este caso. La otra opción, para mí la mas práctica pero no por eso la más fácil, tratar de adaptarnos, de aprender la parte buena de lo que nos brinda la nueva situación, mezclarla con lo bueno de la anterior y de esa unión sacar a su vez lo mejor.
Esta actitud conlleva usar mucha energía y predisposición, pues todo nuestro equipaje emocional, nuestros códigos, nuestras costumbres, hasta nuestra manera de hablar se deben adaptar a lo nuevo y más veces de las que uno querría, no se comprende. Podría ser divertido para alguien que en una reunión se cuente un chiste y uno no se ría. Pero simplemente no lo hacemos porque no lo comprendimos. Lo más sencillo y para salir de la situación embarazosa que se presenta, sería reírse y listo, aunque yo prefiero preguntar que significa y no ser un pelín hipócrita.
Bueno y así con todo. Es difícil la adaptación. Uno pone toda la voluntad de por medio. Con el tiempo descubres que nunca es suficiente. Los cambios a veces gustan, otras no. En nuestra vida se suceden unos tras otros y casi ni nos damos cuenta. Por ejemplo puede pasar inadvertido si cambiamos de marca de café, pero seguro no lo será tanto si lo hacemos de casa, amigos, país, hasta de continente. Los que nos enfrascamos en este tipo de revoluciones personales, ya sea consiente o inconscientemente, estamos en una situación difícil, verdaderamente difícil. No solo por la actitud que apliquemos en nuestro nuevo entorno, sino por la actitud de la gente que conocemos al llegar y por los afectos que dejamos al partir. Muchas veces he tenido un sueño recurrente.
Me encontraba en el océano, sobre una barca, inestable y rudimentaria. Cualquiera hubiera dicho que la imagen era robada de una historieta de aventuras en el mar. Allí iba yo. Algunas veces, estaba sola en una calma chicha, sin nada sobre el horizonte, ni adelante ni atrás, solo flotando sin rumbo fijo. Otras, en medio de una tormenta, donde las olas me levantaban y bajaban sin cesar. Por supuesto la balsa hacia agua y por todos los medios trataba de tenerla a flote. Otras, estaba rodeada de tiburones que me acechaban a todas horas. Así día tras día, el sueño se repetía con distintas variables, siempre era el mismo. No me costó bastante darme cuenta que la balsa era yo, y mi lucha con mi entorno.
El flotar sin rumbo fijo, se siente. El no saber para que lado correr también. Es como la primera vez que uno viaja solo a una ciudad desconocida, sale del hotel sin saber muy bien para donde ir y debe vencer el pensamiento, ¿Dónde me metí aquí solo? Si miramos para atrás encontramos sentimientos mezclados con sensación de abandono nuestro por parte de los que se quedaron y de pérdida por parte de los que nos fuimos. Si miramos para delante esos sentimientos se mezclan con sensación de invasión o desconfianza por parte de los que nos reciben. A todo eso le debemos sumar, por parte nuestra, el miedo hacia lo que nos espera.
No, no es fácil. La gente que dejamos atrás siempre estará con nosotros, donde vallamos, pero duele tenerlos lejos. Seguro que el reencuentro será más doloroso aún. Pues la experiencia nos habrá cambiado, no seremos los mismos, ni nosotros ni ellos. Si también tenemos la desgracia, de no estar cerca en un momento doloroso como la pérdida de alguien querido y cercano, siempre nos quedará la rabia de no haber podido plegar el mundo para poder saltar del otro lado abrazando y llorando, en tiempo real, esa pérdida con todos allí.
Para poder decirles que les queremos y que no sea solo a través de un cable, con el retorno de la voz, donde escuchamos nosotros el eco que regresa antes que les llegue a ellos, el te quiero. Este viaje, me ha hecho ver que no todas las personas reaccionan de manera similar. Eso quizá sea obvio, pero cuando uno está lejos de su entorno original, la perspectiva cambia notablemente. Ya no estamos ahí para dar una mano en cualquier momento.
Es evidente que los afectos se deben transformar y cambiar adaptándose a la nueva situación, pero no por eso son mejores o peores. Eso sí, los que no eran verdaderos sean de quien sean, van a evaporarse pronto pues ya como no nos tienen cerca, simplemente para ellos hemos desaparecido del mundo. Nos daremos cuenta que salvo la familia, los verdaderos amigos quizá no los podamos contar ni con los dedos de una mano. Nuestra soledad se incrementa más y más. Los afectos que nos reciben, tampoco son constantes en sus comportamientos.
Algunos no tienen problemas, nos acogen sin inconvenientes, aunque con algunas reservas que está en nosotros demostrar que se equivocan, pero creo son normales. No nos conocen, no saben quienes somos, de donde venimos, solo lo que les contamos. Pero el tiempo, la actitud y veracidad nuestra en todo lo que hagamos y digamos les mostrará como somos. Si congeniamos nos aceptarán echándolo siempre una mano amiga.
Con ellos nos sentiremos como en casa. Pero también están los otros, los que tienen miedo a lo que no es como ellos. Atacan con palabras descalificadoras como queriendo demostrar que no les llegamos ni a la suela de sus zapatos con nuestra cultura. En estos, su exitismo es tal, que no puede haber nada mejor que ellos en este mundo, no vaya a ser que de repente les hagamos pensar que algo en su vida no es perfecto.
Al final y lamentablemente este tipo de gente existe en todo el planeta. Gente mezquina con sus emociones y sentimientos que juzgan a todos, extranjeros y locales, sin siquiera darles la oportunidad de mostrar como son, solo por lo que creen que son, por de donde vienen, tienen o dejan de tener, por su color de piel o su manera de hablar. Estos individuos, a los que no nos conviene conocer es a nosotros, los que llegamos. Pero a veces, la soledad que sentimos en nuestros primeros tiempos en lo desconocido, hace que cometamos el error de estar con gente como esta muchas veces, sabiendo como son o mejor dicho soportando como son, simplemente por no estar solos.
Escucharemos reiteradamente, que no sabemos alimentarnos, que no sabemos vestirnos, que no sabemos de música, que no sabemos de literatura, etc. Simplemente no sabemos nada de nada. Creo que más de uno, debe pensar que venimos de otra esfera de tiempo y espacio distinta a la de ellos, eso si vacía de valores como los que ellos predican. Juntarnos con ellos solo por no estar solos, es un error que tarde o temprano pagaremos de algún modo. No me considero una experta en conocimiento humano, pero puedo decir que en este tiempo me he topado con todos los sentimientos conocidos, el amor, la envidia, la indiferencia, la ayuda, todos sin excepción. Buenos y malos se mezclan para hacer un cóctel que sacude nuestros días y noches, embriagándonos con dulzura o amarguras, con cosas positivas y negativas, con una dualidad que nos acompañará siempre, porque nos guste o no, nosotros mismos somos dos personas que quieren ser una. Nosotros somos a fuerza de golpes, o mejor dicho seremos la unión de dos culturas, de dos mundos.
Mientras no aceptemos claramente de donde venimos y hacia donde queremos ir, nunca seremos nosotros mismos. Los cambios extremos como el mío, movilizan la estructura interna de la que los sufre. Ahora después de muchos años, puedo ver con más claridad las cosas. Luego de la euforia de la novedad, mente y corazón se estabilizan y comienza a rondar en la cabeza la pregunta.
¿Valió la pena?
La Samotracia quería volar
Me acuerdo de la ubicación privilegiada de la Victoria Alada de Samotracia en el descanso de la escalinata principal de Louvre. Bueno, una de las más populares porque la mayoría de los turistas que solo van a ver las 5 cosas más importantes, entran por ella para ir más rápido y así visitar la ciudad luz en dos días. Cosa que yo con más de 25 años de visita aún no he conseguido y aun no la conozco en todo su esplendor, siempre queda algo por descubrir. Menos mal, París es París.
La Samotracia en el Louvre, es otro cantar.
Siempre he tenido la sensación que está en una pista de despegue esperando un buen viento para hinchar las alas y volar, por eso cuando leí la noticia en Le Figaro, ese domingo lluvioso, no me extraño. Sabía que alguna vez algo así iba a pasar o fantaseaba con ello.
La primera vez que la vi, apoyada en el descanso de esa escalera de cuatro tramos, majestuosa, como dando la bienvenida a todo ser viviente que entrara por esos peldaños, me enamoró. Aunque tengo que reconocer, que ha sido mi estatua preferida de la antigüedad, ya desde pequeña le tenía cariño cuando veía una foto de ella.
Por el descanso que es su morada, suben la mayoría de los visitantes al edificio, por ahí se va a la sección de pintura, no es de extrañar que la dirección decidiera ponerla ahí, a una de las esculturas más conocidas por el público y más significativa en la historia del arte.
Pero el turista normal, ¿sabía su historia? ¿Se daba cuenta que estaba atrapada en su propia fama? ¿Qué quería volver a ser libre?
Con solo verla una vez, me di cuenta que se sentía enjaulada algo parecido a un gran escaparate sin cristales, pero como si los tuviera.
Ella, la que había precedido la quilla de un barco Helénico, surcando ese mar azul profundo que es el Egeo, donde el viento acariciaba sus alas casi extendidas y plegaba sus ropajes aún más con la erosión, que los cincelados por las manos del escultor creador.
¿En que tormenta sello su destino?, perdiéndose por los siglos en las profundidades oscuras del mar hasta que unos cazadores de tesoros la encontraran y pusieran en su jaula de cristal imaginaria que era el museo.
Ahora los turistas pasaban, se sacaban fotos con ella, la tocaban pero ¿la entendían? ¿Comprendían que quería escapar?
“Cuando los guardas del museo entraron ese fin de semana a abrir las salas, se dieron cuenta que la estatua ya no estaba, que había desaparecido. Dos ventanas de la parte superior del gran espacio de la escalera estaban abiertas…”
Yo sonreí al terminar de leer la noticia, cerré el diario y termine el café. Ya no quería leer más, de las sospechas de la policía sobre los autores del robo, si había o no testigos.
Para mí, al fin la Victoria alada era libre, al fin era feliz.
El bigote de Don Cesar
«Recuerdo el súper bigote de mi papá. Era su signo de identidad en su juventud. Se lo cortó cuando yo tenía 1 año pues lloraba cuando me daba un beso. Con 70 años se lo dejo nuevamente. Pero ya no era lo que era. Estaba todo canoso. Le duró solo dos semanas.»
La barbearía del barrio, era una de esos locales con ambiente antiguo. Un sillón de barbero, de cuerina verde, herrajes cromados, un pequeño apoya cabeza donde los clientes se dejaban estar, dos apoya brazos que conjuntaban con otros tantos para los pies, de metal labrado, en la parte inferior. El sillón giraba sobre su eje, así el señor barbero podía hacer mejor su trabajo.
Si uno se sentaba en el sillón, y miraba la barbería, notaba un gran espejo, que irradiaba la imagen del cliente cuando esperaba al barbero, una pequeña mesa, llena de tijeras de distintas formas y tamaños, peines y un cepillo, que era el juguete preferido del gato que paseaba a sus anchas por el local. Eso sí, cuando el barbero no lo veía y lo podía pillar. Durante el día, sentado encima de una silla, donde otros clientes esperaban que les atendieran si la barbería estaba llena, el gato miraba el cepillo a todas horas, como perdiendo el tiempo hasta que llegara la hora de jugar con su juguete preferido. Era suave y lo usaban para limpiar de pelos los cuellos de los clientes una vez que les habían cortado.
Las paredes estaban llenas de cuadros de fotos en blanco y negro, de una diversidad de temas. La hija del barbero, le gustaba la fotografía, y las paredes de la barbería, eran el único sitio donde aun no se habían llenado de toda su casa. Pero le quedaba poco.
Había también un pequeño escritorio, que tenía la caja registradora y poco más. Un gran ventanal, dejaba entrar la luz natural y sobre todo el sol. Fuera en el porche del local, un par de sillas servían para dejar pasar el tiempo, cuando los clientes no acudían.
Don Cesar, llegó a la barbería. Saludó a los parroquianos, y se sentó en el sillón con su amplia sonrisa. El barbero le preguntó “lo de siempre Don Cesar”, como si supiera la respuesta de antemano. Por eso se sorprendió cuando le dijo que no, que había ido a afeitarse el bigote.
Todo el mundo, al escuchar la voz grave y fuerte de Don Cesar levantó la cabeza como incrédulos.
¿Cómo cortarse el bigote? Si lleva años con él. Es su seña de identidad. Pero Don Cesar estaba decidido, por un abrazo y un beso de su niña, haría lo que fuera.
Y así fue…
(De mi blog «los cuentos que son recuerdos, o son recuerdos que son cuentos»